UN ANUNCIO MUY EXTRAÑO

03.08.2019 18:20

Alguien me comentó hace unos cuantos años, no recuerdo cuántos ni quién, una reseña publicada en los anuncios por palabras de un periódico que decía algo así como, ‘se buscan políticos de raza’. Al parecer, un poco más abajo había una advertencia que rezaba: ‘abstenerse feriantes, curiosos, holgazanes, parados y otros menesterosos’.

 

Aquella descripción me dejó perplejo, no imaginaba en qué tipo de circunstancia alguien podría estar buscando un político como quien busca un repartidor de pizzas. No me resultó menos chocante la asociación entre feriantes y un señor o señora que se dedica a la política. Lo de holgazanes, parados y menesterosos, me pareció de nota. Aún así, nada comparable a la búsqueda de un político de raza .., ¡de raza!

 

Mi confidente y yo intercambiamos infinitas cábalas sobre este asunto entre alguna carcajada no exenta de pasmo.

 

Oye, ¿cómo te suena eso de un político de raza?, me preguntó.

Pues no estoy muy seguro. Yo creo que puede referirse a un político de tradición o de solera.

Vaya, como un torero.

Algo así.

 

El caso es que no sabíamos muy bien cómo hincar el diente a los enigmas que aquel anuncio nos había suscitado. Un servidor sospechaba que detrás de semejante demanda podía haber segundas intenciones o quizá una clave secreta que solo un confidente experto podría descifrar.

 

¿Pues sabes qué?, yo creo que ya no quedan políticos de raza.

Yo también lo creo.

– ‘¡’La calle es mía’! ¿Recuerdas?

¡Digo!, aquellas palabras ahora me suenan a música celestial. ¡Qué rigor!, ¡qué respeto!, ¡qué don de mando!

 

Ya decía Cicerón que la política y la milicia podrían ser gemelas si no fuera porque los dioses no lo quisieron. ¡Qué grande Cicerón!

 

Ahí seguíamos enfrascados en hallar la adecuada lógica a nuestro curioso jeroglífico, para el que se nos ocurrían tantas soluciones que, la profusión de las mismas, alimentaba la sospecha de que cada una era más disparatada que la anterior.

 

La verdad solo es una’, que diría el versátil Maimónides.

 

Por un momento, abandonamos nuestra obsesión por la hermeneútica – ahora lo llaman relato – y dirigimos la atención a la praxis de los políticos, prescindiendo de nuestra natural inclinación por la teoría.

 

¿Tú crees que alguno de nuestros políticos respondería a este anuncio?, le pregunté a mi confidente.

Nunca se sabe, pero a la vista de los requisitos, yo que ellos, me lo pensaría mucho.

 

La respuesta me hizo esbozar una sonrisa maliciosa.

¿Tan mal concepto tienes de los políticos?, le pregunté.

No mucho peor que el que los políticos tienen de los ciudadanos.

¿Por qué dices eso?

¿De verdad tengo que responderte a esa pregunta?

No, no lo creo necesario, confirmé.

 

Un breve cruce de palabras bastó para ilustrarnos sobre la sombría percepción recíproca entre políticos y ciudadanos. Nuestro esfuerzo de humildad metafísica, prometía resultados.

 

Mira, si yo aparcara mi tareas durante seis meses, podrías apostar a que ya habría perdido mi trabajo.

 

Este comentario me hizo pensar en que la advertencia del anuncio sobre holgazanes, parados y menesterosos, podría no ser tan críptica como nos pareció en un principio.

 

Las elecciones generales fueron en abril, con la amenaza de repetirse después de siete meses, mientras el país se desangra entre necesidades y múltiples imperativos.

 

Además, no podría empeñar mi palabra en que el político goce de la suficiente versatilidad como para pujar por otros oficios. ¿Se imaginan a Rivera pegando sellos en una oficina de correos o a Sánchez zurciendo los tomates de sus calcetines?

Casi todos ellos proceden de una cátedra que, tal vez, ejercitaron sin el título exigido.

 

A media que mi interlocutor y yo íbamos soltándonos de la retórica y profundizando en las evidencias cotidianas, nuestro anuncio cobraba sentido con asombrosa sencillez.

 

Fíjate, a mi lo que más me deprime es el convencimiento de que meter el papelito en la urna no sirve para nada, de que votemos a quién votemos, todo seguirá igual.

Soy de tu misma opinión. No creo que en las alturas gusten mucho los cambios, ni siquiera en las instituciones más comprometidas con las virtudes del poder. Los cambios podrían llevarse a algunos por delante y no debe ser fácil pasar de poderoso a mendicante (mi interlocutor y yo nos partíamos de risa en este punto).

 

Una vez convencido de la inexorable derrota de Cartago frente a Roma, a Aníbal le preguntaron si un súbito cambio de estrategia podría evitar la rendición. “¿Para qué cambiar, si todo está bien?”, fue la respuesta del muy célebre general cartaginés.

 

Dramático panorama se planta ante los ciudadanos: solos frente a la Administración, solos frente a la ineficacia, solos frente a las afrentas, solos frente a la negligencia.

 

Por fin habíamos logrado completar el puzzle de nuestro enigmático anuncio, todas las piezas encajaban. Un ser anónimo había descrito con extraordinaria precisión las ‘cualidades’ de los políticos y se puso a la tarea de transmitirlo con elegante discreción.

 

 

Cuando los conciertos veraniegos pueden suspenderse con total impunidad o cuando un cantautor puede acabar con sus huesos en la cárcel porque alguien confundió mal gusto con delincuencia, es muy aconsejable practicar la discreción como sistema. Eso nos dará para otro Catalejo.