Y la vida sigue igual ...

28.09.2015 19:37

Una de las más frecuentes expresiones que escucho tras los comicios catalanes es que hay que negociar.

Pero una negociación no es un acto abstracto, no es un concepto insustancial. Una negociación presupone la existencia de negociadores, de personas cualificadas para intercambiar impresiones, analizar escenarios y tomar decisiones consensuadas. Una negociación exige tirar y aflojar de la cuerda.

¿Existen personas adecuadas para tirar y aflojar de esta cuerda?

A tenor de todo lo que hemos tenido ocasión de ver y escuchar en el proceso pre electoral, un servidor cree que no, que en nuestro pequeño universo político no hay nadie capacitado para asumir tan egregia responsabilidad.

Antes de que hablasen las urnas, la sarta de disparates apilados por la clase política y aficionados circunstanciales  de uno y otro lado, ha sido tan gigantesca que ahora tengo serias dudas de que haya nombres propios capaces de llevar a puerto (ni siquiera digo a buen puerto) un eventual proceso de negociación que dirima de una vez el conflicto entre España y Cataluña.

Los negociadores deben estar necesariamente investidos de una altura política incuestionable, su más auténtica naturaleza política debe hacerles inequívocos sujetos de Estado.    

Si desde hace largo tiempo los canales de comunicación entre Cataluña y España han estado rotos, no tengo ningún motivo para creer que a partir de ahora, con los mismos actores en el escenario pos electoral, tales canales se recompondrán

Los representantes del independentismo catalán sostienen que se acabó el tiempo para el diálogo y la contraparte del Gobierno central asegura que no hay nada de lo que hablar fuera del ámbito de la Constitución.

Entonces, si no hay tiempo para hablar y no hay nada de lo que hablar, ¿es posible la negociación?

Un servidor creía que el tiempo nunca sería un límite para la palabra y que jamás faltarían cosas de las que hablar. Muy a mi pesar, parece que estaba equivocado.

Así las cosas, no nos engañemos con falsas esperanzas, pero tampoco hagamos una tragedia de donde no hay para tanto. Es cierto que el proceso para encarrilar la independencia de Cataluña continúa intacto tras las elecciones, pero esta inexorable realidad no debe asumirse como una hecatombe nacional. España continuará al sur de Europa y Cataluña en el noreste del mapa ibérico. Todo seguirá en su órbita.

Tal vez, en algún momento, los negociadores emerjan y quién sabe si encontrarán tiempo para dialogar, materia de la que hablar y acuerdos a los que llegar.

 Y mientras esto suceda o no suceda, los ciudadanos que vivimos en Cataluña o en cualquier otro rincón del Estado seguiremos instalado en los mismos problemas, en las mismas incertidumbres, en las mismas preocupaciones. Por ejemplo, trece idiomas y una docena de licenciaturas para un trabajo de dos semanas a ocho euros la hora al mismo tiempo que, según nos cuentan, nos encaminamos hacia el pleno empleo.

Hace tiempo que un servidor es entusiasta militante de los que sostienen que después de cambiarlo todo solemos llegar exactamente al mismo punto de partida.

¿Probamos?