Buenos y malos

Dijérase que el proceso independentista catalán se ha convertido en una contienda maniquea en la que solo hay buenos y malos. Los buenos son los constitucionalistas y los malos los independentistas. Ya se sabe.., la mancha de la mora con otra verde se quita.

Pero al margen de lo que pueda haber de malo en los independentistas, habría que recordar a los constitucionalistas que la Constitución no es una moneda de cambio, que no vale ser constitucionalista hoy y dejarlo de ser mañana, según convenga. Tal vez ocurra que los buenos no son tan buenos ni los malos tan malos.

José Luis Rodríguez Zapatero fue el primero en enseñarnos que ni la mismísima Constitución es intocable si lo reclama la voluntad de la señora Merkel. En septiembre de 2011 no hizo falta un referéndum para modificar el artículo 135 de la Carta Magna.

Ya, en nuestros días, el Gobierno de Mariano Rajoy subraya con fruición la indivisibilidad del Estado español bajo el amparo de la Constitución mientras olvida que los menores arrojados a la calle también están protegidos por la Constitución cuando sus mayores son desahuciados.

El mismo Gobierno también parece ignorar que los recortes llevados a cabo durante su mandato tienen su origen en un flagrante engaño cimentado en un fraudulento programa electoral. Si esto se pagara con votos, difícilmente los españoles tendríamos un gobierno salido de las urnas.

¿Existen los buenos y los malos o estamos apelando a un simple recurso retórico?

¿Retórica? No lo creo, es la realidad sin edulcorar, sin argumentos espurios.

Cuando Cataluña comenzó a enviar señales de humo al Gobierno central, éste las ignoró hasta que el paso del tiempo ha ido convirtiendo el humo en un incendio que amenaza con arrasar la integridad territorial del Estado, su más sustantiva seña de identidad.

¿Era necesario llegar tan lejos en esta contienda o quizá se ha revelado la deficiente gestión de unos malos estadistas?

Rajoy, tan aficionado a invitarnos a reflexionar sobre la vida, se olvidó de que en la vida, de vez en cuando, hay que detenerse un minuto para reflexionar.

Pese a que el anhelo independentista de Cataluña forma y seguirá formando parte ad infinitum de su esencia, en las manos de Rajoy estuvo evitar una colisión tan formidable como la que ahora padecemos todos los ciudadanos.

Cataluña no será independiente porque la ley no esta de su parte, pero el presidente del Gobierno se ha negado, deliberadamente o no, a poner sobre la mesa más razones que las de la ley para sofocar el incendio independentista. A veces, las razones de la ley no son suficientes. A la postre, el president i el seu govern no comenzaron pidiendo otra cosa que un diálogo para repartir millor els diners.

Por su parte, los que nunca han dejado de ser los malos en este conflicto, han cometido el error de creer que un Estado se crea o se destruye solo con subirse a la grupa del entusiasmo soberanista. (A este respecto, tengo la íntima sospecha de que el independentismo catalán nunca ha creído que podría alcanzar su más sagrado anhelo, más bien creo que han tensado la cuerda para negociar sobre el déficit fiscal en un escenario más ventajoso). 

Además, una parte no despreciable del independentismo reivindicado por Artur Mas ha sido expuesto como una irreconciliable antítesis de la moral catalana frente a los peores valores representados por el resto del Estado. Ahora sabemos que la corrupción no es patrimonio de una sociedad o de un territorio. Cataluña ha sido testigo de ello de un modo especialmente doloroso.    

Pero que nadie se alarme en exceso. Más allá del tenebroso decorado mediático y de las inéditas decisiones judiciales derivadas de este conflicto, Cataluña y España no llegarán a las manos porque sus respectivos ciudadanos no están por la labor. Las llamativas e inveteradas carencias de la clase política española casi siempre han sido neutralizadas por el sentido común de los ciudadanos. Un servidor, no tiene ninguna duda de que esto continuará así pese a la amenaza del artículo 155 de la Constitución.